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Rosemary Kennedy

Javier Aguado • 11 de marzo de 2021

La família Kennedy en Hyannis Port, el 4 de septiembre de 1931. De izquierda a derecha: Robert Kennedy, John F. Kennedy, Eunice Kennedy, Jean Kennedy (sobre) Joseph P. Kennedy Sr., Rose Fitzgerald Kennedy (detrás de) Patricia Kennedy, Kathleen Kennedy, Joseph P. Kennedy Jr. (detrás de) Rosemary Kennedy. Edward Kennedy todavía no había nacido. El perro es Buddy.

Quizás hayas oído hablar de la llamada 'maldición de los Kennedy', una secuencia trágica de eventos que le sucedió a la que fue una de las más prominentes familias políticas de Estados Unidos a lo largo del siglo XX.

Joseph P Kennedy era un millonario y político irlandés-estadounidense que había nacido en una familia política de Nueva Inglaterra, y había hecho fortuna en películas, whisky y acero.


En 1914, se casó con Rose Elizabeth Fitzgerald, una princesa muy devota de la aristocracia católica de Boston, y tuvieron nueve hijos, muchos de los cuales tendrían un fin prematuro.

  • El hijo mayor, Joe Jr-1 en la foto-, quien había sido preparado desde su infancia por su padre para la futura presidencia de EE.UU., murió en combate en 1944 mientras servía como piloto durante la Segunda Guerra Mundial.
  • La cuarta hija, Kathleen-9 en la foto-, también murió en un accidente aéreo, mientras volaba con su amante desde Gran Bretaña al sur de Francia en 1948.
  • El segundo hijo, JohnF. -4 en la foto-, quien heredó el manto político de Joe Jr, fue elegido como el 35° presidente de EE.UU. en 1960, y asesinado en Dallas, Texas, en noviembre de 1963.
  • En 1968, el séptimo hijo, Robert 'Bobby' -2 en la foto-, recibió un disparo durante su campaña para convertirse en presidente.
  • Apenas un año después, en 1969, el hijo menor, Edward 'Ted' -3 en la foto-, tuvo un accidente automovilístico en la isla de Chappaquiddick, en Nueva Inglaterra, que resultó en la muerte de una joven, Mary Jo Kopechne.

Muchos de estos incidentes, y otros, han sido descritos y analizados en innumerables ocasiones desde mediados de siglo pasado.

Sin embargo, menos personas conocen el destino de Rosemary Kennedy (8 en la foto), la tercera y la mayor de las hijas de los Kennedy.

Una llegada difícil


Rosemary Kennedy nació el viernes 13 de septiembre de 1918.

En el momento de su nacimiento, la ciudad de Brookline, Massachusetts, estaba bajo el azote de la epidemia de gripe española de 1918 -que mataría entre 20 y 50 millones de personas en todo el mundo-, por lo que el médico encargado del parto se retrasó con otros pacientes.

Aunque la cabeza del bebé ya estaba emergiendo, la partera le dijo a Rose Kennedy que mantuviera las piernas cerradas y apretadas, para evitar que diera a luz antes de que llegara el doctor.

Según un relato de Luella Hennessey-Donovan, la dedicada niñera y la institutriz de la familia, Rose siguió las instrucciones durante dos horas de agonía.


"Accidente uterino"


A medida que Rosemary creció, se hizo evidente que tenía dificultades de aprendizaje.

Más tarde, los especialistas le dijeron a los Kennedy que su desarrollo se debía a la privación de oxígeno sufrida como resultado de un "accidente uterino".

Sus discapacidades a menudo estaban ocultas o disfrazadas por su familia para evitar el estigma de estar asociada con "genes defectuosos".

A pesar de su asistencia a más de una docena de escuelas especiales en Estados Unidos y Reino Unido, Rosemary tuvo problemas de lectura y escritura hasta la edad adulta.

Rosemary en Reino Unido

Al parecer, el período más feliz de la vida de Rosemary transcurrió en Inglaterra, en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial, donde la familia se había mudado luego de que el presidente Franklin D. Roosevelt nombrara a su padre como embajador en Reino Unido en 1938.

La belleza y el encanto de la adolescente Rosemary y su hermana menor Kathleen atrajeron la atención de la prensa británica, lo que ayudó mucho al nuevo embajador a "entrar directamente en el círculo de los intereses británicos", como lo expresó un periódico de la época.

En mayo de 1938, Rosemary y Kathleen fueron presentadas al rey Jorge VI y a la reina Isabel en el Palacio de Buckingham.

Nuevo párrafoCon sus 19 años, Rosemary era considerada exquisita: los periódicos publicaban fotografías de ella en todas sus portadas.

Desmejorada

Cuando Reino Unido declaró la guerra a Alemania en septiembre de 1939, Rose Kennedy y la mayoría de sus hijos regresaron a EE.UU.; sólo Rosemary se quedó con su padre.

Cuando comenzó el bombardeo a Londres, la enviaron a Belmont House, una escuela que usa el método Montessori, que se enfoca en los cinco sentidos para desarrollar el aprendizaje.

Para ese entonces, las fotografías ya mostraban cómo su padre agarraba su brazo con fuerza durante las rondas de apariciones públicas, que a menudo se vieron empañadas por tropiezos y errores.

Aunque su apariencia era la de una mujer adulta, Rosemary parecía mucho menos confiada y, a menudo, infantil.

La escuela ofreció un refugio de la publicidad, y Rosemary lo calificó como "el lugar más maravilloso" en el que había estado.

Después de unas semanas allí, Joseph le escribió entusiasmado a su esposa: "Ella está feliz, se ve mejor que nunca en su vida, no está sola y le encanta recibir cartas de [sus hermanos] diciéndole cuán afortunada es que estar aquí".

Camino al precipicio

Rosemary estaba prosperando.

Sin embargo, las conocidas simpatías nazis de Joseph combinadas con declaraciones públicas afirmando que Reino Unido no podía ganar la guerra y que la democracia había terminado, hicieron que su retiro como embajador fuera inevitable.

En noviembre de 1940, con Estados Unidos a punto de unirse a los aliados, le ordenaron que dejara su cargo, y regresó a casa con su carrera política en ruinas.

Rosemary lo acompañó y, a partir de ese momento, su vida dio un giro trágico.


Ataques y rabietas


El regreso de Rosemary a EE.UU. fue desastroso.

Alejada del cariño y la atención que la había rodeado en Inglaterra, desmejoró rápidamente. El progreso que había hecho en la Casa Belmont se desvaneció.

Tuvo episodios violentos y rabietas, atacando a quienes la rodeaban, incluso a sus hermanos menores y a los niños a su cargo.

Su familia le tenía cada vez más miedo.

El día en que llegó de vuelta a Estados Unidos la fueron a recibir sus hermanas Eunice y Jean.

En un incidente, Rosemary atacó repentinamente a Honey Fitz [el apodo de la familia de su abuelo materno], golpeándolo y pateándolo hasta que la detuvieron a la fuerza, según relataron Peter Collier y David Horowitz en The Kennedys: An American Drama.


Indomable


Encerrada en un convento, se volvió desafiante a las restricciones. Las monjas no pudieron controlarla.

"Muchas noches", recordó la prima de Rosemary, Ann Gargan, "la escuela llamaba a decir que había desaparecido y la encontraban vagando por las calles a las 2 a.m.".

Pronto se supo que Rosemary se estaba escapando, según un compañero paciente que compartió muchos años del confinamiento posterior de Rosemary, para ir a tabernas y encontrarse con hombres en busca de atención, consuelo y sexo, escribió Elizabeth Koehler-Pentacoff en The Missing Kennedy.


Una trágica decisión


Las hermanas del convento informaron a su padre, quien se horrorizó: no solo Rosemary estaba en riesgo; en su opinión, estaba poniendo en peligro las ambiciones políticas que él tenía para sus hijos.

Joseph Kennedy buscó "soluciones" quirúrgicas y, en noviembre de 1941, sin consultar a su esposa, autorizó a dos cirujanos, Walter Jackson Freeman y James W Watts, a realizarle una lobotomía a su hija.

Rosemary tenía apenas 23 años.

Se creía que la lobotomía, una nueva operación "psicoquirúrgica" que implicaba la separación o eliminación de vías entre los lóbulos del cerebro, era una cura para una gran cantidad de males psicológicos, como el alcoholismo y la "ninfomanía" (el término dado al deseo sexual considerado incontrolable y excesivo).


Catástrofe


En EE.UU., se realizaron hasta 5.000 lobotomías por año durante la década de 1940, la mayoría de ellas en mujeres jóvenes. Freeman fue responsable de casi 3.000 de estos procedimientos.

Un artículo publicado en el Saturday Evening Post en mayo de 1941 elogió el trabajo "pionero" de Freeman y ofreció la esperanza de que la cirugía pudiera convertir a los pacientes que eran "un problema para sus familias y una molestia para ellos mismos" en "miembros útiles de la sociedad".


Tras perforar agujeros en el cráneo de Rosemary, Freeman insertó un cuchillo y comenzó a cortar los lóbulos frontales de su cerebro. Atada a la mesa, ella estaba despierta y aterrorizada durante el procedimiento.

De repente, se quedó en silencio y cayó en la inconsciencia.

La operación había sido un catastrófico fracaso.


Escondida y olvidada


Rosemary quedó sin poder caminar ni hablar.

Incluso después de años de terapia, no podía pronunciar más que unas pocas palabras y nunca recuperó completamente el uso de sus extremidades.

Su autonomía, que ya había sido restringida, desapareció para siempre.

Durante los siguientes 64 años vivió escondida en instituciones, necesitada de atención a tiempo completo.


Soledad


Los médicos le ordenaron a Rosemary Kennedy "no recibir visitas porque podían perturbarla y confundirla", registra la escritora Elizabeth Koehler-Pentacoff.

Y es posible que su padre también lo haya hecho, con el objetivo de evitar que los rivales políticos alegaran que había "locura" en la familia.

Cualesquiera sean las razones, escribe Koehler-Pentacoff, "Rosemary no recibió visitas durante los años más sombríos de su vida".

Eventualmente, le dieron una casa de campo privada en los terrenos de Saint Coletta's, una escuela especial en Wisconsin, donde vivió tranquila, aislada de la prensa y miradas indiscretas.


Un secreto


En la década de 1960, una serie de accidentes cerebrovasculares dejaron a su Joseph Kennedy incapaz de moverse o hablar y su madre sufrió un ataque cerebral en la década de 1980; ambos necesitaron atención constante.

Los hermanos Kennedy que habían sobrevivido -Ted, Eunice, Jean y Patricia- visitaron a Rosemary en sus últimos años, pero durante gran parte de su vida, su existencia fue un secreto.



No obstante, a principios de los años 60, su hermana Eunice escribió un artículo en un diario revelando que Rosemary había nacido con discapacidades intelectuales.

Y en 1968, fundó las Olimpiadas Especiales, que hoy es la organización deportiva más grande del mundo para niños y adultos con discapacidades intelectuales y físicas, aunque declaró que su hermana no fue su inspiración.


Entre tanto, Rosemary vivía olvidada por el mundo, con escasa compañía, excepto la de las devotas monjas que la cuidaban.

De vez en cuando mostraba leves signos de progreso, pero estos se desvanecían nuevamente y durante los últimos años de su vida estuvo acurrucada en una silla de ruedas, irreconocible como la mujer vibrante y hermosa que había deslumbrado a la prensa británica en la década de 1930.


Murió en 2005, a los 86 años.


* Marius Gabriel es escritor de novelas históricas y la historia de los Kennedy figura en "The Ocean Liner", publicada por Lake Union Publishing en 2018.



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 ¿Debo operarme la hernia lumbar? La hernia lumbar es una condición que afecta a muchas personas y puede causar un dolor significativo y limitaciones en la movilidad. Decidir si someterse a una cirugía para tratar una hernia lumbar es una decisión importante que debe tomarse con cuidado y en consulta con un especialista. A continuación, exploraremos los factores clave que pueden influir en esta decisión. ¿Qué es una hernia lumbar? Una hernia lumbar ocurre cuando el núcleo pulposo de un disco intervertebral se desplaza y presiona los nervios circundantes. Esto puede causar dolor en la parte baja de la espalda, así como en las piernas, debido a la compresión del nervio ciático. Tratamientos no quirúrgicos Antes de considerar la cirugía, muchos pacientes encuentran alivio a través de tratamientos no quirúrgicos. Estos pueden incluir: Fisioterapia: Ejercicios específicos para fortalecer los músculos de la espalda y mejorar la flexibilidad. Medicamentos: Analgésicos y antiinflamatorios para reducir el dolor y la inflamación. Radiofrecuencia o rizolisis: Es una técnica intervencionista que se utiliza para tratar el dolor. Cambios en el estilo de vida: Mantener un peso saludable, practicar una buena postura y evitar actividades que exacerben el dolor1. ¿Cuándo considerar la cirugía? La cirugía puede ser necesaria si los tratamientos no quirúrgicos no proporcionan alivio suficiente o si los síntomas son severos. Algunos indicadores de que la cirugía puede ser la mejor opción incluyen: Dolor persistente: Si el dolor dura más de seis semanas y no mejora con otros tratamientos. Debilidad muscular: Pérdida de fuerza en las piernas o dificultad para caminar. Problemas neurológicos: Pérdida de control de la vejiga o el intestino, lo cual es una emergencia médica. Tipos de cirugía Existen varios tipos de cirugía para tratar una hernia lumbar, entre ellos: Microdiscectomía: Remoción de la parte herniada del disco para aliviar la presión sobre el nervio. Laminectomía: Remoción de una parte de la vértebra para ampliar el canal espinal y reducir la presión. Fusión espinal: Unión de dos o más vértebras para estabilizar la columna. Recuperación y resultados La recuperación de la cirugía de hernia lumbar varía según el tipo de procedimiento y la salud general del paciente. En general, los pacientes pueden esperar una mejora significativa en el dolor y la función después de la cirugía. Sin embargo, es importante seguir las recomendaciones del médico y participar en la rehabilitación postoperatoria para obtener los mejores resultados. Conclusión Decidir si operarse de una hernia lumbar es una decisión personal que debe tomarse en consulta con un especialista. Considera todos los factores, incluyendo la gravedad de los síntomas, la efectividad de los tratamientos no quirúrgicos y los posibles beneficios y riesgos de la cirugía. Con la información adecuada y el apoyo de tu médico, podrás tomar la mejor decisión para tu salud y bienestar.
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Hasta hace unos años, cuando un paciente tenía un dolor muscular o una lesión se recomendaba reposo relativo o absoluto como parte del tratamiento. Desde neurocirugiavalladolid sabemos que esto ha cambiado ya que el reposo absoluto puede llegar a ser contraproducente y hacer que la zona dañada o lesionada se atrofie, dificultando o alargando la recuperación del paciente. Precisamente en esta línea, se ha publicado un estudio en el que se evidencia que el ejercicio no sólo ayuda sino que es clave para mejorar la recuperación de pacientes con dolor lumbar, que es uno de los más frecuentes entre los españoles. Este estudio, publicado en la revista British Journal of Sports Medicine, ha contado con la participación de investigadores españoles y concluye que en los pacientes con dolor lumbar hacer ejercicio conlleva por sí mismo una reducción de más del 20% de la intensidad del dolor, una mejoría del 23% del grado de discapacidad y un 380% más de posibilidades de sentirse globalmente recuperado. Como informa a CuídatePlus Francisco Kovacs, de la Unidad de Espalda Kovacs del Hospital Universitario HLA-Moncloa, en Madrid, director de la Red Española de Investigadores en Dolencias de Espalda y uno de los autores, “se trata de estudio muy amplio en el que se han analizado datos de 3.514 pacientes”. En concreto, según resume el autor, “el riesgo de que el episodio de dolor lumbar dure más es mayor entre quienes tienen una musculatura deficiente y tienden a hacer reposo en caso de dolor en lugar de mantener el mayor grado de actividad física que el dolor permite”. Por eso es tan importante mantenerse activo con o sin lesión. Es más, “bastan 48 horas de reposo en cama para que se pierda tono muscular, lo que tiende a prolongar el episodio de dolor lumbar y a aumentar el riesgo de que repita”, advierte. Pero no sólo evidencia esto el estudio, sino que también concluye que “a igualdad de intensidad de dolor, el grado de discapacidad también es mayor entre quienes tienen una musculatura deficiente”. ¿Sirve para cualquier dolor lumbar? Aunque existen varios tipos de dolor lumbar, el más frecuente sigue siendo el denominado “inespecífico”. Éste se caracteriza por ser el que se origina en las partes blandas, como son los músculos, los tendones y los ligamentos y que se producen por el mal funcionamiento de la musculatura. Según los datos del estudio, es en este tipo de dolor donde más eficacia tiene el ejercicio, aunque “también se ha demostrado efectividad en la recuperación después de la cirugía (en los pocos casos en los que está indicada) y en el dolor debido a alteraciones estructurales de la columna vertebral, esencialmente en el que se produce por la compresión nerviosa por hernia discal”, aclara el experto. En cuanto al dolor lumbar crónico, según el experto, el ejercicio no sólo sería necesario sino que debería ser obligatorio. En estos casos, “si el dolor es intenso es probable que las primeras fases sea necesario aplicar algún tratamiento adicional para poder hacer el ejercicio sin dolor, pero el ejercicio resulta esencial a medio y largo plazo, incluso para contribuir a que la mejoría se mantenga”, determina Kovacs. Además, añade, “es la única medida que ha demostrado tener un efecto preventivo para este tipo de lesiones”. Sin embargo, es importante destacar que, lamentablemente, “el ejercicio carecería de efecto en el dolor relacionado con las enfermedades sistémicas, es decir, en el asociado a aquellas patologías no originadas en la propia columna vertebral pero que se anifiesta allí, como pueden ser las causadas por una infección, por cáncer, fibromialgia, afecciones metabólicas, reumáticas inflamatorias con un componente autoinmune o genéticas o dolores referidos causados por afecciones viscerales”, enumera. Lo esencial es hacer algo, no importa el qué Al igual que existen diferentes tipos de dolor, también existen distintos tipos de ejercicios o actividad físicas que se pueden realizar en cada caso, sin embargo, según explica Kovacs, cualquiera de ellos tiene efectos positivos si se mantienen en el tiempo. “Todos los estudios reflejan que es necesario hacer ejercicio durante cierto tiempo para que tenga el efecto deseado”. Por ello, teniendo en cuenta que no se han detectado diferencias entre los distintos tipos de ejercicio pero sí en su mantenimiento, lo aconsejable sería escoger aquél que encaje con las preferencias personales de cada paciente. En resumen: “Lo esencial es hacer algo de ejercicio, sea lo que sea y que guste para mantenerlo en el tiempo”, subraya el experto. Despejada esta duda sólo queda saber qué pauta de entrenamiento sería la mejor en cada caso. Según Kovacs, lo mejor es escoger “ejercicios supervisados” ya que éstos han sido los que han demostrado los mejores resultados frente a los que se practican sin una supervisión. Asimismo, es importante tener en cuenta que: Menos de una sesión semanal carece de efecto o tiene un efecto mínimo. “El efecto comienza a ser relevante y acumulativo a partir de dos sesiones semanales y, una vez que la musculatura está suficientemente entrenada, tres sesiones semanales suelen ser lo óptimo”. Especialmente cuando se exige al músculo que haga un esfuerzo suficientemente intenso como para agotarlo, “es necesario dejarle descansar como mínimo 24-36 horas antes de volver a exigírselo”. Por eso, aunque las sesiones de entrenamiento cardiovascular o no especialmente intenso pueden hacerse cada día, “las sesiones de entrenamiento intenso tienen que estar separadas por, como mínimo, un día de descanso”. Esto no significa que no se pueda hacer ejercicio intenso cada día, pero en ese caso, según apunta Kovacs, “convendría entrenar grupos musculares distintos a días alternos y mantener un día a la semana de descanso”. La duración de cada sesión de entrenamiento dependerá del tipo concreto de ejercicio que se haga así como del estado muscular y cardiovascular del paciente. ¿Y si duele? Los datos del estudio evidencian que el ejercicio mejora la evolución del dolor lumbar, pero ¿qué ocurre cuando duele tanto la zona que es imposible practicar cualquier ejercicio? Según Kovacs, “no tiene que doler”. De hecho, “conviene interrumpir y modificar todos aquellos ejercicios que desencadenan el dolor o incrementen su intensidad”. El problema de poner en marcha estos consejos aparece en las personas que nunca han hecho ejercicio ya que en estos casos “se puede confundir la sensación de agotamiento muscular o las agujetas del día siguiente con dolor”. Aquí hay que tener en cuenta que las agujetas, conceptualmente, “no obligan a cambiar nada en la pauta de entrenamiento, salvo en los casos de agravamiento del dolor clínicamente relevante donde sí sería recomendable cambiar la pauta de entrenamiento o de los grupos musculares en los que se focaliza”, afirma el experto. Sólo estará contraindicada la práctica deportiva “en aquellos casos en los que se desencadene o agrave sistemáticamente el dolor y especialmente si se trata de dolor irradiado a la pierna”. En estos casos, “es necesario aplicar primero los tratamientos médicos necesarios para curar al paciente y, después, iniciar el ejercicio apropiado y dirigido a reducir el riesgo de padecer futuros episodios dolorosos”. Tampoco estaría indicado en pacientes que padecen otras enfermedades que les impidan hacer cualquier ejercicio tales como “patologías cardíacas graves u oncológicas en tratamiento en las fases en las que el agotamiento inducido por la quimioterapia se lo impide”, concluye el experto.
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